Tenía los ojos color aceituna, y una mirada viva y relampagueante. El pelo con un corte pasado de moda y las uñas mordidas tras un rojo intenso. Una boca ligeramente ladeada emitía largas carcajadas que dejaban ver su perfecta y blanca dentadura. Para rematar aquella perfección, era capaz de mover de todas las maneras posibles su pequeña y chata nariz.
El primer día que me habló me paralicé por un breve instante y dejé que su dulce voz atravesase mis tímpanos para quedarse grabada en mi memoria. Años más tarde, sonreiría al recordar el momento en que mientras aquella mirada color aceituna me miraba tras el hermoso velo blanco, una dulce y suave voz me decía: “Sí, quiero.”